apoyabas plácida y despreocupadamente en la barandilla de madera de uno de los embarcaderos, pero no mirabas hacia la cámara; tus ojos se extraviaban en no sé que brumosas lejanías. »Oscurecía cuando llegamos al pueblo. Los sobrinos de Lucía nos proporcionaron algunos alimentos paraquecenáramos,puesdeseábamosyapasarasolas la primera noche. Veníamos heridos por los presagios y nos urgía la soledad de aquella humilde casa en las laderas del pueblo. ¿Recuerdas, Francesca, la vieja