de Monteoscuro para siempre.» Jano dejó de beber con avidez en el preciso momento en que aún le quedaba la lucidez suficiente para levantarse y seguir sus vagabundeos por el pueblo en busca de Betina. No bebía con aquella ansiedad desde los días de Monteoscuro. De ahí había nacidosunecesidaddeescribirenelbarconurgencia, de recordar. Volvió otra vez a la orilla del río, que últimamente discurría desde el lago con aguas más caudalosas y heladoras. El aire fresco le despejó