mundo. Es verdad que Karl no dejaba de mostrar su admiración hacia determinados cuadros de Severini o de Boccioni, pero dejaba caer sus más refinadas malevolencias sobre los ilusos postulados del Manifiesto de Marinetti y de sus acólitos. Este tipo dereparosnoimpedíaque,aldíasiguiente,acudiéramos juntos a contemplar la exposición. Al final todos acabamos condenando el desenlace político que tuvo aquel arte tan osado como peligroso. »Recordarás también, Francesca, que a veces Karl y yo