le y reanudar las sabias conversaciones pasadas, para desvelar, en definitiva, las dudas que parecían corroer. No tardó en darse cuenta de que alguien le seguía. Oía perfectamente el crujido que producían las ruedas de una bicicleta sobre la gruesa capa de hojassecasycomenzóaacompasarsumarcha a aquel crujido. Pero no se volvió. Sentía que si disminuía la marcha o si se detenía para arrojar alguna rama seca al río, también se atenuaban los crujidos,