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, podían competir con las 56 telas de San Rocco, con los 18 años de intenso trabajo que el pintor había empleado en su composición. Pero sólo de aquella dramática crucifixión brotaba un fervor de coro wagneriano, un turbio poema sinfónico rasgado por timbales, embravecido por la sal y apestando a amargas algas marinas. Atrás quedaba el cadáver de la ciudad, el pantano palúdico sembrado de cúpulas, la laguna de Caronte, el paso entre Oriente y Occidente, los restos de |
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