que rodeaban a los templos de San Lorenzo y Sant'Eustorgio, pero siempre se levantaba al fondo --amenazador-- un murallón de cúpulas y de torres ennegrecidas y oxidadas. También encontrábamos alguna paz en el románico rotundo de Sant'Ambrogio, por donde Petrarca había tenidosucasayendonde,apartadodelosVisconti, oraba a su Dios y a sus amadas. No muy lejos de allí estaba el portillo por el que Pietro Aretino --aquel vecchio sporcaccione del que tantas anécdotas nos