, esa carita dormida y tibia cuyo aliento acaricia la vieja faz que se ha inclinado a olerla, a sentirla, a calentar junto a ella los viejos pómulos. «¿Lo ves?», susurra el viejo. «Aquí tienes a Bruno.Seacabóelavanzarsoloyperdido.¡Avante, compañero, conozco los terrenos! » Desde la cuna, el niño llena la noche con su aliento y con el palpitar de su corazoncito; en el suelo,