de pánico al sentir ella un roce en su tobillo: la mano del niño. En su asustada reacción, Anunziata se echa a un lado y suelta el mango de la aspiradora, que queda inmóvil sin cesar en su estrépito. Desplazada así la barrera defensiva humana, el niñoavanzaimperturbablehastasuobjetivoyseabraza con sonrisa feliz a la máquina vibrante. -¡Se va a quemar, se va a hacer daño! -grita Anunziata, corriendo a apagar el motor. El súbito