a probar!». Miguel se repetía con rencor que aquella mujer no le dejaba hacer nada, que tantas prohibiciones sólo conseguirían agravar su enfermedad. Había llegado a creerse única víctima del carácter destemplado de la sirvienta. Sólo cambió de opinión variosdíasdespués,cuandoelabueloinició aquella serie de incursiones esporádicas. Al abuelo, naturalmente, no le gritaba: se limitaba a mirarle con enojo y darle la espalda refunfuñando. El se detenía un instante y