cómo le excusaba diciendo que no podía ponerse porque estaba en la bañera. «Ha prometido escribirte desde Londres», dijo también Mercedes y, después, el niño sintió el breve clic del teléfono al colgarse. Horas más tarde, cuando ya la tristeza le había impuestoelcódigoimperiosodelinsomnio,escuchaba Let it be por décima vez consecutiva e intuía esquiva la sonrisa, rebeldes sus dos ojos codiciosos de llanto. Paseó por el dormitorio y colocó de