piernas. Carmina lo advirtió y, sonriendo brevemente, movió la cabeza a ambos lados. --Eres igual que tu abuelo, igualito. Ahora, toma. Bebete el zumo y a la cama --ordenó con dulzura. Una noche le despertaron los alaridos del abuelo, quegritabaconfiereza: --¡Vete de mi habitación! ¡Vete y no vuelvas a entrar nunca! ¿Creías que habías conseguido algo quitandome mis amuletos? Miguel corrió a