había acabado por confesar lo del miedo a los ríos. En la ribera opuesta descansaba la ciudad. Las torres de las iglesias se dibujaban sobre el cielo entre el caserío desigual y carcomido. Durante toda la mañana habían paseado, y cuando bajaban hacia el río el silencio delmediodíadescendiósobrelascallesdesiertas, los portales entornados, las ventanas cerradas, los templos, los conventos, los edificios civiles solemnes y herméticos. En una plaza había un cuartel, y Julián preguntó: