sólo las fuerzas del orden y no las del mal rondaban por allá, me metí en el lavabo de caballeros y, con gran perplejidad por parte de quienes en aquel lugar aliviaban sus metabolismos, saqué de la manga del quimono tres huevos que habíamos comprado decaminoymelosestrelléenlacaracon miras a dar a mi cetrina tez un tinte más acorde con mi vestimenta. Concluida la operación, me dirigí muy decidido a la consigna, exhibí el resguardo y