era el Zoo ni el Museo de Ciencias, ni mucho menos el agotador galope por las salas del Prado, lo que le había cautivado de Madrid. Hubiera sido difícil para el padre aceptar que lo mejor del viaje, lomásperfectoypleno,fueelrestauranteenquecenaron una noche con el tío y los primos. En el recuerdo, Madrid era el sabor de los platos exquisitos, la música de la orquesta escondida entre palmeras, la contemplación de las