siglos. Aquellos días se entretuvo componiendo un puzzle de más de mil piezas. El abuelo le hacía visitas para ver cómo progresaba y a veces permanecía con él hasta que lograban completar tal velero o cual montaña. El niño no le preguntó por el libro, preferíaquesuabueloolvidaracuantoantesaquel episodio. Alguna otra mañana entró a despertarle y desayunaron juntos polen y miel. «Serás mucho más inteligente y podrás hacer puzzles de un millón», bromeaba mientras