instante de silencio y Carlos abrió la puerta de la Zona Deshabitada y entró con paso decidido. Miguel le siguió, movido por una suerte de inercia inexplicable, y se detuvo en el interior de la Zona, asistió impasible al desconcertante surgir de una claridad total e insospechada que parecía nacerdecadaunodelosrinconesdelahabitación. --¡No! ¡La luz no! --intentó gritar, al tiempo que ante él los objetos luchaban por cobrar grises formas vacilantes. Todo se impregnó de un aire especial,