y Miguel no dijo nada. Después se quejó de que la carne estaba muy dura, tenía un nervio que no podía tragar, y Onésima, complaciente, le dio permiso para escupirla en el retrete. El niño corrió a obedecer y, mientras tiraba de lacadena,murmuró:«¡Teodiaréhastalamuerte! ¡Te odiaré hasta la muerte!». Tenía los músculos en tensión, cerrados los puños. El niño y el profesor pasaron una tarde con el