a otro en un espasmo súbito o con espantosas muecas deformaba su rostro. El resto del tiempo, su expresión era la de una persona que duerme con los ojos abiertos. Pasados dos o tres días, sus pupilas habían cobrado un tenue reflejo de vida y empezaron sus labios amoverseconsuavidad,comosiintentarandeletrear dulces pensamientos blancos. En ocasiones pronunciaba palabras oscuramente inteligibles (¿ha dicho mi niño o marino?, ¿morena o moneda?),