hacerle compañía. Las historias que contaba eran fascinantes, seguramente no había nadie en el mundo que supiera tantas y tan hermosas. Al menos, nadie antes le había hablado de Narciso, ni de Orfeo, ni de Linvingstone, Tiresias o Sansón Aguirre, el marinero cuyosronquidosproducíanmaremotos. El abuelo no tenía los ojos tristes ni terribles, los tenía dulces cuando llegaba y se sentaba al borde de la cama. A Miguel le gustaba mirarse en ellos mientras