XIX. --Me atrevo a insistir, señor: un paseíto de cuando en cuando a nadie le viene mal --dijo el alumno. Se llamaba Rugeroni. Era joven, atlético, pelirrojo, pecoso, de boca protuberante y dientes mal cubiertos porloslabios.Tomabaclasesparapreparar las materias en que lo habían aplazado. Aunque no fuera buen estudiante, el profesor sentía afecto por él. Sin proponérselo tal vez, habían pasado de una relación de profesor y alumno