a los ojos y después el abuelo blasfemó, me cago en dios, y dijo entre risas que su hijo, a la edad de Miguel, no se dedicaba a soñar ni a ir suspirando por la casa y que,siqueríallegarasercomoél,teníaquedivertirse y reír ahora que podía. Contó cómo una noche había aparecido por casa seguido de una docena de estudiantes, chicos de veinte años, como él. --Les pregunté qué iban