podían, los precipitaban en el error. Aunque yo no esperaba ningún socorro, expliqué: --Voy a seguir por el camino del Simplón, hasta Domodossola y Locarno. Uno preguntó en voz alta: --¿Le decimos que si llega a sentirse muy solo enlamontañapareenGabi? --En casa del profesor --respondió otro--. Allá va a encontrar buena compañía. La ocurrencia los alegró sobremanera. Todos hablaron; nadie se acordó de mí.