hubiera cegado la satisfacción por su gimnasia intelectual, probablemente Rugeroni habría advertido cambios en la coloración de la cara del maestro. De un carmín intenso pasó primero al amoratado y después al blanco. El mal momento duró poco. Casi repuesto, el maestro sonrió y dijo: --Lofelicito,Rugeroni.Estoyorgullosodeusted. Su crítica ha detectado una limitación, inútil negarlo, en mi gran llave maestra de la conducta humana. Yo pensaba, evidentemente, en una humanidad compuesta