doblar una esquina tras la que se detuvo. Estaba empapado de sudor pese al fresco de la noche. Apenas tomó aliento continuó la huida en dirección contraria, a paso vivo. Empezó a preguntarse por el designio que hizo deellalavíctima,deunmodoatropellado,encabalgando las interrogantes sin un respiro, como si esta afanosa acumulación llevase consigo la exculpación de un acto cuyo fautor fuese el destino. Hubo de ser ella, la conocida; eso hacía