charlatán. Siguió la polémica hasta que Laborde se resignó a llamar por teléfono a un conocido suyo, que era, según dijo, su punta de lanza en la Jefatura de policía. La conversación con el conocido llevó su tiempo. Mientras esperaba el resultado, no pude menos quenotarquelacaradeLabordeprogresivamente se ensombrecía. Cortó, giró hacia mí y sacudiendo lentamente la cabeza declaró: --Me lavo las manos. --¿Se puede saber por qué?