había atrevido a expulsarla. Yo entonces no comprendía el motivo de su paciencia. Después supe que sólo el miedo la impulsaba a esperar y a empequeñecerse ante la presencia de la muchacha, quien en su desmesura, en el descaro con que hacía usodesulibertad,seasemejabaaunareina,incapazde soportar orden alguna. Su mirada, lenta y densa, poseía la virtud de confundir a quien se le enfrentara. Tanto su quietud como sus movimientos emanaban una profunda