de la cara del maestro. De un carmín intenso pasó primero al amoratado y después al blanco. El mal momento duró poco. Casi repuesto, el maestro sonrió y dijo: --Lo felicito, Rugeroni. Estoy orgulloso de usted. Sucríticahadetectadounalimitación,inútilnegarlo, en mi gran llave maestra de la conducta humana. Yo pensaba, evidentemente, en una humanidad compuesta de gente como usted y como yo. ¿Se figura a uno de