Madrid, después de la cena, cuando Genoveva se había ido a dormir, ellos siguieron bebiendo. La noche les transportaba muy lejos de la atmósfera confortable del salón. Abajo, en el ancho paseo, los coches circulaban raudos con la prisa de la madrugada. «NopuedoolvidaraAnnick--habíadicho David en voz muy baja--, no puedo olvidar Ibiza.» Y él se había callado porque era difícil decir la verdad, descubrir a un ciego el color de las cosas, describirle cómo