delante. El súbito silencio de la plaza podía cortarse en el aire. Pero el Cantanotte había puesto a tiempo las manos sobre los antebrazos, ya nerviosos, de sus dos hijos. Y concluyó diciendo, con despectivo gesto de la gorda mano anillada: --Eltiempolereparólahonra...Mejordelo que los médicos te podrán arreglar a ti... ¡ Anda, anda, buen viaje! No hubo más. « Todo está dicho », pensó el