larga historia de cariños, ahora le revive en la oscura concavidad de los párpados cerrados. Pero recuerda precisamente su final y el viejo ha de abrir los ojos para no verlo: el blanquísimo cuello doblado por el brazo del matarife, cuya diestra esgrime la cuchilla... Lospastoresreíandeldoloryladesesperacióndel zagal, como seguramente rieron, bestiales, los sayones crucificadores de Cristo. Al abrir ahora los ojos nadie ríe, en este pequeño círculo de semblantes angustiados