se a la sala de espera y gritar: «¡Un médico! ¡Un médico! ¿No hay un médico entre ustedes?» Aquellos minutos, de encierro con su muerto, a quien ya no podía reanimar, le parecieron interminables. Pensabaenlamalasuerte,deseabaquelaambulancia no llegara y que no hubiera nadie en la sala de espera. Consternado oyó, todavía lejana, la clamorosa sirena, y segundos después irrumpieron, estruendosamente, los camilleros