los gobiernos de Washington, más que los amigos del Sha, fueron sus cómplices y sus valedores. Así, todo designaba a los Estados Unidos como el Diablo de los iranios. No se puede decir que no hayan merecido esa equívoca dignidad. La presencia delShaenNuevaYorkrealizólafusiónentre imaginación y realidad: el Diablo dejó de ser un concepto y se convirtió, para los creyentes, en una presencia palpable. La respuesta fue el asalto a la Embajada