desde aquella quietud desesperante, escuchaba el sonido de la lluvia y la voz de Josefa a mis espaldas, tras la puerta entornada de mi habitación: "No, Teresa, el llanto no conduce a nada en este caso. Nuestro Señor es siempre misericordioso. Recemos para que se apiadedesualma."Mamánodijonada,perosussollozos se convirtieron en un llanto desesperado. Yo no me atreví a hacer ruido alguno. Sabía que ella prefería creer que estaba dormida. Pasaron varias veces ante mi puerta.