, meditará con la melancolía de nuestros primeros padres -ahítos también del agridulce sabor de la manzana- sobre las secuelas imprevisibles de su pasión por Agnès. Unicamente el estudio en donde perpetra sus escritos parece haberse librado de la plaga: asomado a la ventana desde la que habitualmentecontemplalapanorámicadechimeneas y tejados grises del barrio, sonreirá finalmente a la vasta blancura, la increíble nevada de ratoncitos que, como el aprendiz de brujo de la leyenda, ha suscitado