desparpajo, respondían a las preguntas de los analfabetos y les indicaban condescendientemente el camino. Pero el colapso del tráfico parecía inevitable: de la República a la Opera, el bulevar era una algarabía de voces, bocinazos, insultos, protestas, chillidos. Los guardias estaban completamentedesbordadosyconsultabanen vano el mapa con la nueva nomenclatura de las calles: no entendían ni pío. Ambulancias y coches patrulla aullaban inútiles. Volaban helicópteros sobre la hecatombe de metal y chatarra. Un
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