, murmuras. Y él: no creas en las leyendas forjadas por mis adversarios; ¡si supieras cuánto he sufrido!; ¡no hay peor soledad que la de quien ejerce el poder! Una lágrima discurre furtiva por su rugosa mejilla cuando te coge consuavidadlamanoygiráisdulcementeporelentarimado a los acordes briosos de un vals. Con la cabeza recostada en su guerrera, das vueltas y más vueltas penetrado de sentimientos angélicos, indiferente a la expresión irónica