la calle a docenas de miles de viejos y fieles empleados sin inquietarse un instante de su destino, así nuestro hombre. Cansado del ritornelo -la lima rozaba ya las yemas de sus dedos-, había concluido por incorporarse, ponerse el sombrero y el impermeable, garabatearunaslíneasenelblocdonde apunta sus mensajes y encargos. Había buscado el manojo de llaves entre los periódicos y revistas hasta dar con él. Entonces salió al pasillo, cerró la puerta a