y, al levantar la vista de la odiosa mesita de plástico en la que bebe su menta con sifón, se contemplará a sí mismo en la pantalla: resplandeciente, seráfico, recién condecorado, con la apariencia de uno de esos politiqueros antillanos que, con guayabera y bigote, imponíanlamarcadesuirradiantesonrisaconanterioridad a la dinastía del Líder Máximo. Su imagen -según comprueba en seguida, aliviado-- es la de un hombre brillante, de una serenidad a toda prueba