le, pero cuyos oídos aún le oyen, anegados de júbilo. Y repite el conjuro, su llamada de cachorro perdido--. Nonno, nonno. ¡Nonno! ¡Por fin ese cántico celeste! Colores de ultramundo, lumbres de mil estrellas incendianelviejocorazónylearrebatanaesta gloria, esta grandeza, esta palabra insondable: ¡NONNO! A ella se entrega para siempre el viejo, invocando el nombre infantil que sus labios ya no logran pronunciar.