extinguiésemos los cigarrillos o lo que estuviésemos fumando en aquel momento y, sin fijarse en si le habíamos hecho caso o no, puso en marcha el motor y encendió un potente reflector, cuya luz cegadora aprovechó el cabo para hincarse de rodillas y recoger unos cuantos rovellons. Giraronlasaspasconvelocidadcreciente y el aparato empezó a despegarse del suelo con gran espanto por mi parte y, a juzgar por la cara que ponía, del comisario Flores también. Miré hacia abajo