mango de la aspiradora, que queda inmóvil sin cesar en su estrépito. Desplazada así la barrera defensiva humana, el niño avanza imperturbable hasta su objetivo y se abraza con sonrisa feliz a la máquina vibrante. -¡Sevaaquemar,sevaahacerdaño!-grita Anunziata, corriendo a apagar el motor. El súbito silencio hace aún más ruidosa la carcajada del viejo, que se palmea los muslos en su entusiasmo, para mayor irritación de la mujer