San Cristóbal. Hundido hasta las rodillas en el agua, apoyado en un recio bastón, el santo mira al niño sentado sobre su hombro, sujetandole con el otro brazo. Entre las ondas se adivinan sombras siniestras como fabulosos monstruos, pero el rostro del santoespuroéxtasiscontemplandoaJesús.Elviejo, sin darse cuenta, reproduce esa expresión porque el niño le recuerda a Brunettino, sosteniendo el globo del mundo como una pelota. «Pero mi Brunettino