. Lejos de mostrar enfado, Pepito soltó los trastos de matar, me besó en ambas mejillas, me abrazó y me palmeó los omoplatos con una efusión que me pareció tan injustificada como fuera de tono. --¡Chico, qué alegría! Permiteme que sea el primero enfelicitarte--leoídecirsinacertaraentender a qué se refería--. ¡Y qué callado te lo tenías! Todos lo vimos, los médicos, las enfermeras, los compañeros, todos sin excepción. Estuviste requetebién,