por puertas y pasillos, se adueñan de dormitorios, cocinas, salones y comedores, escurren veloces por entarimados y alfombras, corretean juguetonamente por el vestíbulo. Los chillidos y maldiciones de los fugitivos congregados en la calle se mezclan con los de quienes, procedentes de inmueblescontiguos,hanabandonadotambiénprecipitadamente sus bienes y enseres a la súbita e incontenible marea de aquellos odiosos bichos. Con la misma ominosa facilidad con la que un técnico nuclear pulsa el botón destinado a poner en