amacho, madre. Luego se marchaba bruscamente, y ya de lejos se volvía y me miraba: Agur, decía, y yo adoraba esa palabra. Decía agur y se marchaba, se alejaba de todos, y por vez primera amé a un ser que me huía y meretaba--«nosoyfrancés»--consumiradaburlona y tímida. Hace un mes conocí a otro «Mikel». Uno como el de entonces, furioso y hosco, diez años de tozudas negaciones.