observaba planchando con diligencia o entregada plácidamente a cualquier otro quehacer cotidiano, vacía de pensamientos malévolos, cruzaba mi memoria, fugaz como un rayo, como un chispazo que prendía fuego en mi cabeza, la imagen de un rostro suyo, frío como la muerte, que yo misma habíacontempladoyquedeningunamanerapodíapertenecer a la muchacha vivaz que se movía por la casa. Y aquella figura suya y tenebrosa, recortada sobre el negro de la noche, en la que ella se había transfigurado durante