espaldas, en cualquier lugar, una piedrecita cualquiera que sólo yo podía reconocer. Y no es que tratara de confundirte. Lo que ocurría era que me maravillaba comprobar que tú acertabas siempre lo que a mí me parecía imposible de adivinar. Cuántas veces caía la nochemientrasyocontemplabacómotemovíaslentamente en la dirección que el péndulo te señalaba, acercandote al lugar que yo había elegido en secreto. Me sumergía entonces en aquella quietud y en aquel silencio perfectos