bolsa, preguntó al niño entre risas si estaba seguro de merecer una madre tan guapa. Le había traído a su hijo un amuleto filipino, un reloj de submarinista, una novela de Julio Verne. Miguel se lo agradeció con un gesto de entusiasmo, peroapuntoestuvodecometerlatorpeza de decir que otro libro de Verne que había intentado leer le había parecido insoportable. Ella confesó que era una de las novelas que, de niña, más le habían gustado