se al balcón para espiar a la abuela, descubrir rincones desconocidos o acudir a la Zona Deshabitada para dar de comer a Capitán Flint. Había bautizado de esta forma a su loro porque, el día en que iba a empezar a enseñarle las primeras palabras,éllehabíacontempladoconunamirada afectuosa y extrañamente humana y había repetido con perfecta pronunciación: «¡Doblones de a ocho! ¡Doblones de a ocho!». Miguel estaba maravillado con su animalito