grande se oían aún las carcajadas del abuelo y la voz asustada de Carmina diciendo contrólate, no hagas locuras, no seas tan bruto. Al salir al pasillo, hizo ruido con la puerta y la abuela se volvió. Le llamó con una seña y Miguel, conlentitud,avanzóunpocohaciaella.Sedetuvo a varios metros de distancia y escrutó su rostro en la penumbra: tenía los ojos llorosos. «Otra vez la alergia, otra vez», gimoteaba.